Carta Pastoral
LA
CUARESMA ES LA PUERTA DE LA PASCUA
Queridos diocesanos:
El día 14 de febrero, miércoles de ceniza, comienza el
periodo más decididamente pascual del año litúrgico. Me refiero a la totalidad
del ciclo, no solo a las semanas que preceden a los días santos de la Pasión,
Muerte y Resurrección del Señor, sino también a las semanas que siguen, a las
que no siempre se les presta la atención debida, como si todo el compromiso
cristiano de conversión a Dios y de cambio de conducta terminara en la Semana
Santa. La Cuaresma es la primera etapa, en subida más o menos fatigosa. Sigue
la cumbre que es la Semana Santa y, dentro de ella, el sagrado Triduo de
Jesucristo muerto, sepultado y resucitado. Pero esa tensión propia de la
conversión a Dios no termina ahí. La tercera etapa, que comienza el día mismo
de la Resurrección y se prolonga hasta Pentecostés, es igualmente importante
porque significa la perseverancia en las actitudes que pide la Cuaresma. De
otro modo, ¿para qué sirve esta si su espíritu no tiene continuidad? Desde esta
perspectiva unitaria deseo transmitiros lo que sigue.
Un gran liturgista del s. XX, el P. José A. Jungmann,
S.J., decía que la Cuaresma contiene “una enorme reserva de pedagogía humana,
de orientación cristiana y de dominio de la vida”. Y es verdad, porque este
tiempo litúrgico ha acumulado un enorme acervo de significado teológico y
espiritual en los ritos, las oraciones y las prácticas piadosas y ascéticas
para la vivencia cristiana, de manera que el Concilio Vaticano II llegó a decir
que “el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a
oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre
todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la
penitencia” (SC 109), a la vez que invitaba a que se le diese la mayor
importancia pastoral en la liturgia, en la catequesis y en la vida ascética
(cf. SC 109ab-110).
En efecto, la liturgia nos enseña a todos a vivir como
hombres y como cristianos. Cabe recordar, por ejemplo, la fuerza y eficacia con
las que nos orienta hacia Dios, nos une a Cristo bajo el suave impulso del
Espíritu Santo e infunde, en cada fiel cristiano que se deja guiar por la
palabra de Dios y las oraciones de la Iglesia, el sentido de pertenencia a la
comunidad eclesial. No en vano la liturgia, en expresión del mismo concilio, es
"la fuente primera e indispensable de la que los fieles han de beber el
genuino espíritu cristiano” (SC 14; cf. 12). La liturgia constituye y expresa
la vitalidad de la Iglesia y de cada comunidad cristiana. Basta fijarse un poco
en sus textos para encontrar fácilmente reflejados los misterios de la fe, las
normas fundamentales de la vida cristiana e incluso lo que significa y sostiene
el apostolado y la acción de los fieles cristianos en la sociedad.
Más aún, la liturgia en general y la Cuaresma en
concreto, con su invitación a la escucha más atenta y abundante de la palabra
de Dios y con la llamada a la conversión, a la austeridad de vida, a la caridad
fraterna y a la penitencia, desarrolla toda una pedagogía cristiana muy eficaz.
Dejándose guiar por esta pedagogía se participa de manera suave y progresiva en
el misterio pascual de Jesucristo. A la vez, con el estilo propio de la
iniciación cristiana, la liturgia cuaresmal va desvelando la verdadera condición
del hombre como a contra-luz -la luz de Dios- mostrando cómo el ser humano, la
criatura divina por excelencia y su obra maestra, es rescatado de la situación
de pecado y de muerte y conducido a la liberación total por Jesucristo
resucitado. La única condición que se requiere para esto es dejarse guiar por
la Iglesia. Santa y eficaz Cuaresma a todos.
+Julián, Obispo de
León
Miércoles, 14 de
febrero de 2018
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